El idioma o, mejor dicho, la pluralidad de idiomas es una de las riquezas que caracterizan a Europa pero supone a la vez un gran obstáculo para la integración. La Unión Europea, por diversas razones (políticas, sociales, culturales…), no ha sido capaz de imponer o promover un único idioma oficial que sirviese tanto para acercar a los ciudadanos como para facilitar el trabajo de sus instituciones.
Ello ha llevado a que hoy en día haya tres idiomas “de trabajo” (inglés, francés y alemán) y un total de 24 idiomas oficiales. Ello ha llevado también a que el volumen de traducciones llevado a cabo sea enorme y que los servicios de traducción de la Unión Europea sean posiblemente los más potentes a nivel mundial.
Este año ya hemos hablado de las oposiciones para lingüistas…. aunque tristemente ha sido solo para lamentar la ausencia de plazas específicas para el idioma español. Hoy queremos mostrar un ejemplo de cómo la irresuelta (y quizás irresoluble) cuestión idiomática puede generar desigualdades en el acceso a la función pública europea.
Para ello vamos a comparar los datos de dos oposiciones para traductores, la EPSO/AD/263/13 para traductores con italiano como lengua principal y la EPSO/AD/264/13 con maltés como primera lengua.
Es importante señalar que la oficialidad de una lengua es independiente del número de ciudadanos que la hablen y que, debido a ello, el número de documentos a traducir también lo es y, por lo tanto, también el número de traductores requeridos.
Ello lleva, por ejemplo, a que el número de plazas convocadas para ambos idiomas haya sido relativamente similar:
Evidentemente, el número de ciudadanos y, proporcionalmente, de traductores con italiano como primera lengua es mucho mayor al que tienen el maltés como primera lengua. Esto genera una gran diferencia en el número de inscritos en cada una de las oposiciones…
…y consecuentemente también en el número de candidatos por cada plaza convocada, el cual marca la dificultad y, en definitiva, las posibilidades de acceder a una plaza de traductor dentro de las instituciones europeas.
Aunque los requisitos de participación hacen referencia al conocimiento de idiomas y no a la nacionalidad de los candidatos, es incuestionable que ello genera una clara desigualdad entre los opositores de distintos países.
El problema es evidente… la solución no (al menos no para nosotros).